HÉRCULES Y LA HIDRA
“Si mis demonios han de dejarme, me temo que mis ángeles también levantarán el vuelo”.
Hércules, el más grande héroe de la mitología clásica, tuvo que cumplir doce tareas en aras de alcanzar la inmortalidad. Relacionada con el signo de Escorpión encontramos la octava tarea, la de matar a la Hidra -el monstruo de las nueve cabezas, que es quizás el ejemplo más típico que encontramos para representar una de las fases en la vida de todo ser humano: aquél momento en donde tenemos que combatir la bestia que habita en nuestro pantano interior. Esa parte de nosotros que evita a toda costa la iluminación, nuestro esclarecimiento racional.
Antes de partir en su búsqueda, Hércules recibió de su maestro el siguiente consejo: «nos elevamos arrodillándonos, conquistamos entregándonos, ganamos renunciando«. Cuando finalmente encontró la caverna, dio inicio a su cacería pero la Hidra permaneció impávida; sus flechas no le alcanzaban ni le perturbaban. Entonces, Hércules decidió sumergir sus flechas en brea para encenderlas y luego las disparó; la Hidra furiosa salió de su caverna para responder al ataque con ánimo asesino y vengativo.
De la misma manera, provocamos consciente o inconscientemente situaciones que nos obligan a enfrentarnos con la bestia que llevamos dentro o que se oculta en las personas de nuestro entorno. Frente la la Hidra, Hércules intentó cortar una de sus cabeza sin contar con que la bestia tenía el poder de reproducirla triplicada.
Casi vencido en su intento, Hércules, recordó el sabio consejo de su maestro: nos elevamos arrodillándonos; conquistamos entregándonos, ganamos renunciando. En vez de seguir atacándola como lo hacía, decidió arrodillarse en la fétida ciénaga de la Hidra, tomó una de sus cabezas y la levantó exponiéndola a la luz del día, logrando debilitarla y al final marchitarla. Él cortó de raíz sus cabezas evitando así que se reprodujeran, sin embargo, resurgió una décima cabeza que terminó siendo una joya; Hércules la tomó y la enterró debajo de una roca.
Desde entonces, la Hidra solamente tiene fuerza cuando está en la oscuridad de su pantano.
Así mismo, los seres humanos permitimos que los ciegos impulsos, los complejos infantiles, la rabia, la envidia, los celos y la codicia, tomen enorme poder sobre nosotros desde las aguas putrefactas de nuestro inconsciente. Pero si los llevamos a la luz de la consciencia y los mantenemos ahí, ellos comienzan a perder fuerza.
Lo inconsciente tiene una forma especial de acercarse por la espalda y darnos un golpe inesperadamente. Si somos y estamos conscientes, lograremos dominarlo. Por ejemplo, si hemos mantenido unos celos ocultos con nuestra pareja, ellos de alguna manera terminarán emergiendo. De nada nos vale mantener una actitud displicente y distante durante días, disimulando mal y echando en cara las superficialidades.
Al aceptar, contener y elaborar nuestros complejos, volveremos a reconectarnos con aquellas
partes de nosotros que hemos castigado y reprimido. Los complejos acaban con nuestra energía,
nos mantienen prisioneros. Solamente si aceptamos nuestro odio, podremos optar por el amor. Al
enfrentar a la bestia, nuestra batalla final nos dejará mucho más vivos y conscientes, viviendo más
plenamente nuestro lado instintivo. De otra manera, nuestra vida sólo será un eterno fingir,
viviendo del pescuezo para arriba. Este es el aprendizaje del signo de Escorpión. Ahí en donde esté
en nuestro plano astrológico, estará presente la imagen de Hércules junto con la Hidra para recordarle a usted este mensaje y su enseñanza.
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